Con tus ojitos achinados, mujer divina, acaricias el mundo. ¿Qué necesitas luz, dices? Sin ti, la oscuridad. Tú eres los rayos que iluminan el alma y que me toman del brazo para ayudarme a cruzar la calle empedrada. Calma, repites. Te oigo, calma. Tu mirada centra el camino a seguir. Y no te equivocas. ¿Cuántos muros no has derribado? ¿Quién dijo miedo?
Tus manos, ayer suavecitas como las nubes y ágiles como un tigre, hoy huesudas y lentas me despiertan ternura. Nudillos desgastados: los años de tu arduo trabajo. Tu sacrificio para mostrar orgullosa. Nada te lo han regalado. Ni siquiera el amor. Nada lo has robado. Ni una miga de pan. Todo te lo has ganado con esfuerzo y dedicación. Todo, doctora, todito lo que tienes y eres. ¿Tú, cruzada de brazos? Jamás. Tú, el capitán del barco que no atraca por siempre jamás. Continua a leggere