Querida hija,
recuerdo claramente el 11 de enero del 2019. Vivíamos en un apartamento en el centro de Dübendorf y tus abuelitos guatemaltecos con tu tío habían viajado cientos de kilómetros para conocerte. Nos despertamos muy temprano; mi maleta con mi ropa y tu ropita por estrenar lista en la puerta. Muchos nervios, muchas emociones, muchos besos y abrazos entre nosotros, pero al mismo tiempo, mucha paz mental y espiritual. Era la hora justa. Había llegado tu momento, 40 semanas y 1 día: íbamos al hospital a hacer que nacieras porque estabas muy cómoda en mi vientre y no querías salir de allí. Yo, en cambio, no veía la hora de tenerte entre mis brazos y ver tus ojitos por primera vez. Y así fue. Fue como ver el sol después de un día gris.
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