Carta en blanco

Este año recogimos 127 aguacates, 11 más que el año pasado. Lo sabemos porque Juanito lleva un registro con el número exacto. Dice que un día ese registro valdrá mucho, ¿pero a quién le podrá interesar la cantidad de frutos que este árbol viejo produce? No sé qué haremos cuando se muera, porque también los árboles mueren, ¿no es así? Ha sufrido algunas plagas pero don Pantaleón, el jardinero cojo que viene cada semana, lo ha siempre sabido curar. La última vez que vino lo fumigó con tal devoción que le regalamos una veintena de aguacates que muy agradecido colocó sistematicamente en una caja de cartón. Pero son tan grandes y pesan tanto que el pobre en su bicicleta, con la caja amarrada a la canasta delantera, parecía bolo. En vez de irse en linea recta, zigzagueaba. Se veÍa tan gracioso el hombre, con su sombrero de paja, sus caites de cuero y una pierna más larga que la otra. Pero iba feliz con sus aguacates. ¿También fue así tu partida? ¿Te fuiste feliz?

Hace unos dias tocaron el timbre pero cuando abrí la puerta ya no había nadie. Lo único que encontré fueron apoyados al portón una carta en blanco junto a un ramo de flores. Eran hibiscos, tus flores preferidas. No quise alterar a Laurita y no le conté, pero Juanito se dio cuenta. “Son de Tomas, mamá”. Esto me dijo con voz firme. Es tan inteligente. Te sorprenderías mucho de verlo. Además tiene un gran corazón. Ahora dispuso quedarse dos horas más en el colegio para ayudar a sus compañeros que necesitan refuerzo. Dice que lo hace por ellos pero también por él, que el mejor modo de aprender es enseñar. No sé, tal vez de grande decida ser maestro como tu abuelo.

Últimamente no he estado muy bien de salud. Todas las noches me despierto con la boca seca y con mucha tos. Laura dice que debo dejar de fumar, que seguro es el humo que me está matando. Tal vez tiene razón. Luego me cuesta volver a dormir, entonces me levanto y me asomo al balcon para observar las estrellas. Es hermosa la noche cuando el único ruido del mundo es del viento y de las hojas del aguacatal que me saludan desde el jardín. La luz de la luna hace resplandecer a tan noble árbol. Y allí te veo Tomás. Con tus ojos de tecolote como los míos que me observan curioso. Tu cuerpo delgado y curcucho, así te recuerdo. ¿Sigues igual de flaquito? Debes comer más. Recuerda que no es el dinero lo que mueve el mundo, sino más bien el apetito. Pero si no tienes hambre, no comas. El desperdicio es un pecado.

Escribirte esta carta ha sido difÍcil, Tomás. Hay tantas cosas que quisiera decirte, que quisiera que no olvidaras, que quisiera que supieras sin ningún motivo en particular. Como la cotidianidad de nuestras vidas que te estás perdiendo. Esto es lo que más vale en la vida, las pequeñas cosas. Por eso no te escribo de cosas grandes, como el cáncer que me diagnosticaron hace unos meses y al que ignoro con mis ganas de vivir, sino de los 127 aguacates que nos regaló el árbol que sembró tu papá. ¿Te das cuenta como basta una sola semilla para dar fruto a tanta vida?

No te apures, amor. Pase lo que pase, yo estaré siempre aquí. Esperándote, con hibiscos rojos y aguacates verdes.

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